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Siempre...

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4 de febrero de 2018

La Muerte y Yo



¿Alguna vez has visto a la muerte a los ojos? Y no me refiero a tener una experiencia cercana a la muerte, que va, dejo esta pregunta para aquellos quienes quizás, han podido escuchar el susurro de la muerte comentándoles al oído, dejándoles percibir su fragancia a flores, de esas que son dejadas en los cementerios frente a las lapidas de aquellas personas que ya han sido llevadas a otro lugar en brazos de la cegadora de almas.

Sus pasos son silenciosos, pero sabes que está allí aguardando por el momento exacto para tachar al siguiente de su lista, puede que a veces su presencia te asuste y otras el sentimiento sea más de resignación, es sobrecogedora su presencia ¿Verdad? Mientras mis ojos observaban la noche acercarse a su momento más oscuro, ella me seguía murmurando, en tanto yo le devolvía una sonrisa triste y melancólica.

Estaba sola tanto como yo, pero a veces trataba de ignorarla, aunque no dejaba de hablar, puesto que no tenía con quien más hacerlo como lo hacia conmigo, deje escapar un suspiro que se convirtió en una pequeña nube de vapor en el viento, le dirigí una mirada interrogante “¿Por qué me persigues?” le pregunte, la muerte simplemente se encogió de hombros en señal de que tampoco entendía del todo nuestra comunicación. Aunque existía una sospecha intangible, pues a pesar de que ella era la que dirigía a las cegadoras por ser la primera y por tanto la líder, no era la única, tenía ayudantes para poder abarcar a todas las almas existentes y por existir.

En un segundo la noche pareció agitarse y ella señalo hacia un lugar en medio de la oscuridad con su guadaña cuyo filo brillo bajo la luz de la luna, preferí permanecer en las sombras mientras la observaba realizar su trabajo, pude escuchar como el hilo de aquella vida fue cortado y un hálito final floto en la brisa nocturna.

Pude percibir en el aire el perfume de otra persona que venía de una dirección opuesta a la que estábamos, seguramente se encontraría con el cuerpo ya sin vida pues el alma estaba al lado de la muerte, sin ganas de verme involucrada con el encuentro del cuerpo por el otro humano, di un salto para subirme a un tejado.

La muerte volvió a mi lado y yo gire mis ojos, “¿En serio?” Le dije. Ella a penas se encogió de hombros, causando que dejara escapar el aliento de forma pesada de mis pulmones. Cuando estaba decidida a volver a mí… Casa, por llamarla con algún nombre, la que ahora estando tan vacía parecía más bien una prisión, en un intento por alejarme un rato de su presencia, me detuve cuando sentí una mano fría como el hielo sobre mi hombro.

Parpadee confundida ante las imágenes desarrolladas en mi mente, pude ver una pistola con humo saliendo de su interior como si hubiese sido recién usada, me percate de que una bala de plata se incrustaba en mi corazón, luego me vi caer al piso y en un instante un último aliento se escapo de mi cuerpo.

A penas fui consiente de cómo la mano fría se aparto de mi hombro, le dirigí una mirada acusadora a mi acompañante, ¿Cuántas veces más me mostraría aquellas escenas?, ¿Qué propósito tenía al mostrarme una vez tras otra las muertes de quienes tachaba de su lita?, ¿Por qué me dejaba ver como sería mi muerte pero no la había ejecutado hasta el momento? Si ambas sabíamos que estaba condenada a no escapar de aquella media vida en la que estaba atrapada, sola, sin mis perdidos compañeros de viaje.

“¿Qué cruel juego es esté?” Le cuestione enojada, ella dejo escapar una risita casi infantil que no me dio buena espina, extendió su guadaña hacia mi en invitación para que la tomara, yo la vi con ojos llenos de alarma, mientras el silencio de la noche era roto por el sonido de una ambulancia y sus luces parpadeantes iluminaban la calle en búsqueda del anterior cuerpo caído.
Tragando saliva ruidosamente di un paso hacia atrás mientras ella insistía en su gesto, negué con la cabeza aturdida, con indiferencia dejo de nuevo aquella cosa filosa a su lado con un encogimiento de hombros, mientras se desvanecía pude escuchar su voz, que siempre me asombraba debido a su matiz maternal, diciéndome “Pronto, mi niña, pronto serás una de nosotras”

Sus palabras resonaron tras ella, era la primera vez que me molestaba que se fuera, dejándome con aquella sensación de incertidumbre en mi corazón, ¡No era posible! Sacudí la cabeza en negación, aunque sabía que no podía evitar mi recién descubierto destino, por mucho tiempo. En aquella carrera entre la vida y la muerte, marcada por el compas de las manecillas del reloj en forma de filosa guadaña ejecutora de los minutos y segundos, deje escapar un suspiro con resignación marchándome de aquel lugar, con un nuevo conocimiento que me daba dos certezas, la primera era que moriría gracias a una bala de plata y la segunda, más sobrecogedor, era que sería responsable de llevar una guadaña no mucho después de ello.

Fin

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