Un par de ojos marrones estaban
observando el majestuoso lugar, el techo pintando con el paisaje de un cielo despejado
y soleado, en cuyo centro colgaba un hermoso candelabro de araña, sus pasos
resonaban sobre los pisos de mármol brillante cubierto con alfombras persas
debajo de los muebles, la mesa central de café y las sillas, pesadas cortinas
borgoñas descolgaban sobre las ventanas cerradas, la madera de los pasamanos
que venían desde el segundo piso al final de las escaleras estaba labrada de
manera detallada como una enredadera, el fuego crepitaba iluminando la estancia
de aquella antigua mansión desde la chimenea adornada con piedras dándole un
aspecto rustico en medio de tanta elegancia, una joven de cabellos enrulados
del color del trigo alzo su mirada acariciando con los dedos un marco de
madera, observando el cuadro que descansaba en la pared sobre la chimenea, unos
ojos bicolores ámbar y verdes, le devolvían la mirada desde un rostro masculino
bien parecido, nariz estilizada, labios carnosos adornados por una sonrisa intrigante,
el cabello negro como el ala de un cuerpo enmarcaba aquel semblante digno de un
dios griego.
De repente las llamas bailaron
crujiendo desde la chimenea, la gran puerta principal doble de madera tallada
se abrió de golpe acompañada por una fuerte ventisca que hizo que las cortinas
ondularan juguetonas, los pasos resonaron por todo el lugar, una capa negra
ondeaba detrás de la figura masculina que accedió al salón brevemente rodeada
por la neblina y las puertas se cerraron de nuevo, la joven que había estado
contemplando el lugar anteriormente, estaba sobre un mueble de color champagne
con bordados dorados en forma de flores en el que había caído, sus ojos
abiertos de par en par por la sorpresa, su largo vestido victoriano oro y plata
envolviéndola, en tanto el caballero vestido con ropajes elegantes, se acercaba
a ella.
-Así me gusta encontrarte- la
voz del pelinegro oscura y sensual hizo estremecer a la ojimarrón –A mi
disposición- se acerco moviéndose como un cazador tras su presa, al estar
frente a ella se inclino y le acaricio el rostro obteniendo como resultado que
la dama cerrara los ojos reclinándose ante la caricia.
–Arbel- el aliento escapo de
los labios rojos de la pelidorado en un murmullo.
-Elen- susurro el aludido,
ubicándose entre las piernas de la joven –Mi dulce Elen- atrapándola en sus
ojos bicolores que destellaron en los bordes del iris, inclinándose hacia a
ella para atraparla en un beso apasionado y posesivo que le arrebato el aire
–Eres mía, sólo mía- estableció con un todo de voz profundo e hipnótico,
mientras la envolvía en sus brazos, para luego besar su cuello y hacerla vibrar
por el repentino contacto de sus colmillos alargándose sobre la sensible piel -¿De
quién eres preciosa Elen?- exigió Arbel deleitándose con su amada.
–Soy… Soy tuya Arbel… Amado- Respondió
temblorosa y jadeante.
–Y siempre lo serás amada- estableció satisfecho ante la respuesta –Mía,
por la eternidad- decreto tras lo que clavo sus dientes en la piel satinada del
cuello de su compañera haciéndola gemir atrapada en la vorágine de placer que
se apodero de ambos, en tanto los rayos de la traviesa luna se colaron por la
rendija de una ventana iluminando los cuerpos de los amantes eternos en su
entrega.
Fin
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