Era una noche sin luna en la
que el cielo estaba despejado, dejando ver a las tintineantes estrellas
formando imágenes en el manto oscuro, todo parecía tan quieto como en una
pintura misteriosa y estática, en la que al parecer el aire se negaba a soplar
creando un ambiente caluroso, plagado de un silencio casi asfixiante. Tensa
tranquilidad se podía sentir, en tanto el aire comenzaba a cargarse de una
extraña energía, hasta que se expandió creando un sonido sordo, comenzaron a
retumbar los truenos y las nubes parecían acudir a un llamado ancestral, empezando
a acudir a la invocación escondiendo entre sus brumosos brazos a las lumbreras
celestes, la danza de los rayos cruzaba el cielo siguiendo el ritmo impuesto
por los truenos.
En medio de aquel espectáculo
una figura cubierta por un manto oscuro se deslizaba a pasos furtivos a través
de las calles empedradas, debajo de la capucha sus ojos parecían brillar como
llamas incandescentes, buscando. Hasta que lo encontró, sus oídos sensibles
captaron el sonido de unas llaves y el de las pisadas ocasionadas por unos
zapatos de tacón, al buscar con la mirada, atravesado tanto la densa neblina
como la oscuridad, sus ojos diamantinos observaron una joven de largos vestidos
verdes, cabello oscuro suelto mojado por la lluvia torrencial, quien en sus
manos sujetaba una llaves mientras corría para llegar a su casa y así encontrar
un refugio de la tormenta. Una sonrisa de medio lado apareció en el rostro
masculino cubierto por la capucha, la risa malsana que escapo de sus labios era
acorde a sus pensamientos oscuros, se deslizo como uno de los rayos que
danzaban en el cielo, hasta que alcanzo su objetivo.
El grito femenino que irrumpió
en la noche estaba lleno de espanto, cuando la joven alzo la vista sintiéndose
atrapada en una garra de acero, la luminosidad de una centella que cruzo el
cielo ilumino el rostro que estaba frente a ella, tembló, contemplando a la
muerte en aquellos ojos de diamantes rojos como la sangre, acompañada por una
sonrisa feral llena de colmillos que supo era su condena, su final.
-No hay porque tener miedo-
Dijo la oscura voz masculina cargada de burla –Ella te dará la bienvenida
gustosa- murmuro con falso tono de consuelo apuntando hacia la figura que
esperaba ansiosa a sus espaldas.
Por la cercanía entre victima y
victimario, los ojos oscuros de la joven que dejaban ver vetas del color de la
madera, se abrieron llenos de espanto al sentir los colmillos rasgando la piel
de su cuello, su última mirada reflejaba a una figura envuelta en un manto
negro, sujetando una guadaña, esperando pacientemente por ella y su grito fue
el compas para el final de aquella melodía oscura.
Fin
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su opinión es muy valiosa.
Por favor no se vayan sin comentar.
Gracias por su visita...
Apri Plenilunio